Doña Filipa y su amante
Giovanni Boccaccio
El marido de Doña Filipa la pesca en brazos de su amante. Filipa explica su conducta frente un juez. Por su respuesta rápida y graciosa el juez la deja libre y modifica una ley injusta.
Así lo contó Filostrato:
Queridas señoras, creo que es importante saber hablar bien, pero creo que es más importante saber cuando hacerlo. Así hizo Doña Filipa--una señora muy noble y una muy buena amiga mía. Por saber qué decir y cuándo decirlo, Filipa se salvó de una muerte casi inminente y de paso, nos mató de la risa.
En la ciudad de Prato existía una ley severa e injusta. De acuerdo con esta ley, cualquier mujer encontrada siéndole infiel a su esposo sería quemada. Filipa, una señora noble y hermosa de la ciudad Prato, fue pescada en brazos de Lazzarino, un joven noble y hermoso de la misma ciudad. Quién los encontró fue nada más ni nada menos que su esposo, Rinaldo. Enfurecido, Rinaldo se lanzó encima de los enamorados e intentó matarlos.
Como no fue capaz de matar a su mujer con sus propias manos, pero de todos modos quería verla muerta, Rinaldo acudió a la ley, que haría todo lo que él no pudo hacer. Como era de apellido Pugliesi tenía muchas conexiones y consiguió suficientes testimonios para probar a Filipa culpable. Al llegar la mañana, la acusó. Pero Filipa andaba feliz, como andan las personas enamoradas, y decidió ignorar los consejos de sus amigos y familiares y optó confesar todo su amorío. Prefirió morir con valentía a huir con cobardía. Prefirió ser condenada por la ley a declararse inocente y negar el inmenso amor que sentía por Lazzarino.
Estando en la corte, se paró frente al juez y le preguntó con firmeza: ¿Qué quiere de mí? El juez, viéndola hermosísima y de buen ánimo, sintió compasión por ella. Temió que Filipa confesara su crimen, y que, al hacerlo, perjudicara su reputación y precipitara su muerte. Pero no pudo dejar de preguntarle acerca de los detalles de su acusación y le dijo:
—Señora, como puede ver, aquí está Rinaldo, su marido. Él dice que anoche la encontró con otro hombre. Según la ley 145 del decreto 24 de la constitución de 1343, yo debo castigarlos y el castigo debe ser fulminante, es decir, mortal. Pero yo no puedo sentenciarla a muerte si usted no confiesa primero. Por eso piense mucho su respuesta y déjenos saber si es o no culpable del crimen del que está siendo acusada.
Filipa, sin una gota de cobardía y con una voz sumamente tranquila, le respondió al juez:
—Señor juez, es verdad que Rinaldo es mi marido. También es verdad que anoche me encontró en brazos de Lazzarino, brazos en los que he estado muchas veces, pues Lazzarino y yo nos amamos y no lo voy a negar. Pero, como usted sabe, las leyes deben aplicarse a todos por igual y deben estar hechas con el consentimiento de todos aquellos a quienes afectan. Esta ley solo afecta a las mujeres y cuando se aprobó, jamás fue autorizada o reconocida por alguna. Supongo que esto no la hace una ley propiamente válida. Y si usted quiere seguir aplicando esta injusta ley, esto recaerá en su propia conciencia.
—Antes de que decida cualquier cosa —continuó Filipa— le ruego que me conceda el siguiente favor, pregúntele a mi marido cuántas veces le dí mi cuerpo y mi tiempo cuando él así lo quiso.
Rinaldo, sin esperar a que el juez le hiciera la pregunta, respondió que, sin duda alguna, su mujer siempre había aceptado estar con él todas las veces y en todos los lugares en los que él así lo quiso.
—Entonces, señor Juez —siguió la señora— yo le pregunto a Rinaldo lo siguiente, si él me ha tomado siempre que lo ha necesitado y si además le ha gustado, ¿qué debía hacer yo con lo que me sobraba? ¿Debía arrojárselo a los perros? ¿No es mucho mejor servírselo a un hombre noble que me ama más que a si mismo que dejar que todo eso se pierda o estropee?
Todo el público pratense que estaba reunido en la corte se echó a reír al oír su respuesta y empezaron a gritar que la señora tenía la razón. Antes de que se fueran todos de la corte, y después de concederle a Filipa su libertad, el juez modificó la ley. Rinaldo se fue del tribunal bastante confundido por el extraño e inesperado resultado. Filipa, libre y alegre, volvió a su casa llena de gloria.
*Adaptado al español por Laura Steiner y Camila Vélez
Giovanni Bocaccio (1313-1375) fue un poeta y estudioso italiano. Es el famoso autor del Decameron, una colección fundacional de cuentos italianos hartamente vulgares.