¿Infieles por naturaleza?

Juan Manuel Urrutia

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Calvin Coolidge y Grace Coolidge fueron a visitar una granja experimental gubernamental. Cuando la Sra. Coolidge accedió al área de las gallinas, notó que uno de los gallos se apareaba con mucha frecuencia. Le preguntó al encargado de la granja por la frecuencia de estos apareamientos. Éste le respondió: «Docenas de veces al día». La Sra. Coolidge le dijo: «Cuénteselo al presidente cuando pase por aquí». Habiendo reicbido la noticia, el Presidente Coolidge le preguntó al encargado: «¿Con la misma gallina cada vez?». Y el encargado dijo: «No, señor Presidente; con una distinta cada vez». A lo que Coolidge respondió: «Cuénteselo a la Sra. Coolidge»

En biología y psicología, el Efecto Coolidge describe un fenómeno observado en la mayoría de las especies de mamíferos. Según el fenómeno, tanto los machos como las hembras están más dispuestos a tener relaciones sexuales ante la presencia de nuevos compañeros receptivos.

Algunos estudios han confirmado que el efecto Coolidge se observa también en la especie humana.  En la Universidad de Tanzania se realizó una prueba empírica para observar el efecto en vivo. Convencieron a un joven a que se parara en una esquina y le hiciera tres proposiciones a mujeres totalmente desconocidas—una invitación a tomar café, que tuvo alta receptividad, una invitación a cenar, que tuvo menos receptividad, y una invitación a tener un encuentro sexual, que fue un total fracaso. Repitieron el experimento con una mujer. En la mayoría de los casos la reacción de los hombres fue más o menos esta: para qué el café o la cena, vamos directo al grano.

En Estados Unidos los distintos estudios muestran que “aproximadamente 20-40% de las mujeres y 30-50% de los hombres han tenido al menos una aventura durante su matrimonio”. En Colombia las diferencias son mayores. Según algunas encuestas las mujeres engañadas el último año quintuplican a los hombres. Es común que él tenga varias relaciones simultáneas con mujeres que le son fieles.

Si como sostienen los estudiosos del efecto Coolidge, los seres humanos estamos predispuestos a tener encuentros sexuales con compañeros diferentes, de hecho “funcionamos” mejor cuando no “repetimos”, ¿por qué, entonces, prevalece el concepto de monogamia en nuestras sociedades y por qué, me pregunto cada día, se cataloga como infidelidad y en muchas sociedades se considera inmoral una tendencia que es supuestamente muy frecuente?

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Es decir, si la naturaleza nos lleva a un comportamiento básicamente polígamo ¿por qué es la monogamia la supuesta norma social?

Me imagino que en las sociedades guerreras del norte de Europa las mujeres acompañaban a los hombres a la guerra para cuidarlos y ayudarlos. Rápidamente descubieron que en la batalla era más fácil cuidar a un solo compañero/a que a varios/as, y surgió así, creería yo, la monogamia.  No por asuntos morales, ni mucho menos por asuntos de preferencia, simplemente por pragmatismo y por comodidad.

Otra posible explicación recurre más bien a la moralidad. Las iglesias judeo-cristianas promovieron la monogamia porque, según ellas, evitaría la excesiva promiscuidad de los poderosos/as que se aprovechaban de los menos poderosos/as.  De tal forma la monogamia se volvió una regla de la “moral”.

En la mayoría de las traducciones, el “noveno mandamiento” dice “no consentirás actos ni deseos impuros.” En muchos casos el mandamiento se traduce a dos máximas, “no desearás a la mujer de tu prójimo” y “no fornicarás” (o en otras culturas “no le desearas tu mujer al projimo”).  La primera máxima previene la tentación de seducir a la mujer conocida (lo que podría tener más probabilidades de éxito, pero seguramente efectos desastrosos en el grupo social). La segunda máxima va más allá, ya que busca frenar encuentros casuales con personas desconocidas.

Viviendo en Marruecos me relacioné de cerca con la comunidad de los expatriados. La frecuencia de las infidelidades era muy alta dentro de mi grupo de colegas. Muchos de los actores de esas infidelidades provenían de culturas que podemos considerar progresistas respecto a la igualdad de género. Y sin embargo la promiscuidad reinaba. Todos nos conocíamos con todas, pasábamos mucho tiempo juntos, en restaurantes, en paseos, en cenas o veladas en las casas de cada quién.  El coqueteo estaba en el orden del día y se sabía a quién le estaban poniendo los cachos a quién. Los enredos eran frecuentes, pero primaba una tolerancia, un silencio cómplice.

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De un viaje a Madagascar, a comienzos de los años noventa, recuerdo que en el hotel en donde nos quedábamos todos los expatriados, el Colbert, las trabajadoras sexuales se instalaban con un cliente durante toda su estadía en una relación de extrema fidelidad.  Ellas no miraban a nadie más una vez que tenían su compagnon y el tipo no podía volver a mirar para otro lado sin correr el riesgo de una escena de celos digna de telenovela mexicana. Era evidente que todos aquellos consultores le estaban siendo infieles a sus compañeras.

En esa misma ocasión tuve la oportunidad de ver cómo reaccionaban las mujeres expatriadas que se estaban quedando en el hotel.  A las europeas les importaba un sieso lo que sus colegas hicieran en su tiempo libre. A las gringas las indignaba el sólo hecho que se permitieran esos devaneos en el bar del hotel, dos de ellas se cambiaron de hotel porque no lo resistían.

El presidente francés, Francois Mitterand tuvo una amante, tolerada por su esposa, por su hija y por toda la sociedad francesa, toda su vida.  En cambio, el presidente norteamericano Bill Clinton casi se cae por “braguetón” como dicen los antioqueños. Ni qué decir del Rey Juan Carlos I de España cuyos “amoríos” se cuentan por miles.

Yo no he sido modelo de fidelidad. He tenido amoríos con mujeres que estaban en una relación y con otras que no.  Una constante en mis aventuras ha sido que la culpabilidad y el arrepentimiento aparecen cuando uno de los dos quiere cortar y ello sucede cuando alguno de los dos siente que lo que ha sido una aventura agradable puede poner en riesgo la estabilidad de una relación que aún valoran.  

Mientras no haya riesgo, puro goce.

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Juan Manuel Urrutia es matemático con un MBA  de la Universidad de Los Andes.   Dedicó buena parte de su vida profesional a la dirección de programas de mercadeo social, planificacion familiar, prevención de VIH/SIDA y prevención de malaria, en países en vias de desarrollo, prinicpalmente en América Latina y África.  Fue director del Instituo Colomianode Bienestar Familiar.  Actualmente es consultor de algunos de esos programas y publica relatos, comentarios y reflexiones en El Molino Online (www.elmlinoonline.com)