José Manuel Lleras
La página del Ministerio no terminaba de cargar y yo estaba en el infierno. Cuando apareció de nuevo el Incompleto me quedé sin aire. Pestañeé dos veces para refrescar la página, esperando que por alguna razón Dios me bendijera y cambiara el Incompleto por un Completo. Nada, y además aquellas letras rojas habían empezado a titilar. Qué mierda.
¿Ahora qué iba hacer?
La había embarrado en el FOP y si me cogían me caerían las peores multas: bloqueó del carnet personal y de la cédula, una penitencia salarial por un par de meses, y además no podría entrar a ningún museo, galería o biblioteca en Bogotá. Aunque la última vez que entré a uno de esos tenía seis años (obligado a ver la obra del antes-músico-ahora-pintor Juanes), uno nunca sabe cuándo va a querer ir al próximo rave del Museo Nacional.
Pestañeé dos veces más y pasó lo inevitable: Se ha perdido la conexión. ¡Maldito Ministerio y sus formularios obligatorios! Me quité las gafas AR y llamé a mi hermana. Creía recordar que hace unos años le había pasado lo mismo a mi cuñado.
—Quiubo.
—Sofía, la embarré.
La carcajada de Sofía no me ayudó a calmar los nervios.
—¿Qué hiciste?
—Estaba llenando el FOP...
—Un poco tarde, pero ajá...
—Y, ¿sabes cómo en la sección de Gustos hay que agregar todo lo consumido en el año anterior?
—Ya, ya. Te quedaste pensando y la página avanzó sola, ¿no?
Mi suspiro se debió oír hasta el Congo.
—¿O sea que no es tan grave?
—No, corazón.
—¡Menos mal! Me estaba muriendo del pánico, Sofi. Juraba que a Jorge también le había pasado lo mismo, por eso te llamé.
—No, lo de él fue en un FORL.
Mientras Sofía chasqueaba (quién sabe por qué), me acordé de que el FORL se vencía el mes próximo. ¿O en octubre? Maldito Ministerio y sus formularios obligatorios. Llevábamos ya diez años registrando y llenando y presentando los malditos Formularios que se inventaron en el Ministerio de Relaciones Interiores. ¿Y para qué? No había fin a la tortura.
Justamente fue el FOP, el de Personalidad, el primero que se sacó el Ministro del culo, dizque siguiendo la estrategia china para mejorar las relaciones entre ciudadanos y el funcionamiento de la sociedad. El problema es que les funcionó y ya no hubo quién los parara. Ahora había que llenar formularios cada seis, siete o doce meses, dependiendo del formulario. ¡Y eran veinte!
—Sofía, el Formulario Obligatorio de Relaciones Laborales existe desde el año pasado. Ese rollo con Jorge fue antes del 2027.
—No, marica, te equivocas. El del año pasado fue el FORN, con N.
Respiré profundo, me paré y puse a andar mi tapete mecánico.
—Sofi, párame bolas. El FORN fue en el 2030, me acuerdo porque fue cuando Mo-
—La perra.
—Bueno, cuando ella me terminó.
—¿Y qué?
—¡Pues nada! Ya te dije que la superé.
—Lo del FORL...
Hubo un silencio largo en el cual solo podía oír el silbido de mi tapete andando, una trotadora de viejo si no usaba las gafas AR —¿quién quiere caminar por la sala de su casa cuando puede hacerlo por los Alpes? Un primo me había contado que los tapetes de Alkosto, como el mío, tenían fama de estallar en llamas sin previo aviso. Tal vez debería cambiarme a una marca más reconocida, como Sony o Samsung. Seguía pensando en mitos urbanos cuando Sofía volvió a hablar.
—Agh, que ganas las tuyas de enredarme. Espera le pregunto a Jorge.
***
Madrugar al trabajo la mañana siguiente fue peor de lo usual. Me bañé e intenté desayunar pero mi estómago era un nudo por culpa del error en el FOP. No habíamos llegado a ninguna conclusión sobre lo que le pasó a Jorge y para peores él empezó a repetir que lo que había hecho era de sanción. Colgué cuando Sofía y Jorge empezaron a gritarse entre ellos sobre algún arreglo pendiente de la cocina.
De camino a la oficina hice todo lo posible para evitar los CEVyCC, pero el trayecto de mi casa a la oficina estaba minado con torres de vigilancia electrónica. Intenté meterme por calles menos vigiladas e igual no pude evitar cruzarme con la mitad de los CEVyCC. Ocultaba mi cara de las torres de la policía, esperando... ¡rezando! para que no empezaran a chillar mi nombre. Llegué media hora tarde a la oficina empapado en sudor.
Al almuerzo les conté de mi situación a mis compañeros de trabajo con la esperanza de que me pudieran ayudar. La discusión se volvió insoportable. Unos decían que el FORL era el complicado, otros que cualquier error en el FOP era sancionable. Me decían que no me preocupara, que ellos harían una vaca para ayudarme con el corte salarial que se me venía encima.
—Hoy me eché media hora más llegando al trabajo por evitar los CEVyCC.
—No seas bobo. Esos CEVyCC no hacen ni mierda.
El comentario fue recibido con abucheos y chiflidos.
—¿Cómo dices eso, Carmen? A mí la semana pasada me cogió el puto CEVyCC de la 72 porque se me cayó una taza de Juan Valdez en la calle. Aparte del oso tan hp de la sirena gritando “¡Alfredo! ¡Alfredo!”, no les digo la multa que me cayó.
—Ah, pues para que aprenda a no botar basura.
—No me joda. Esos CEVyCC se pillan hasta cuando uno mira mal.
—No pillan nada. Que yo sepa, más de la mitad de esos Centros de Vigilancia sirven para tres cosas.
—¿Nada, nada y nada?
—Para asustar, joder e incomodar. Quitaron a los policías que no hacían nada y pusieron los CEVyCC, que hacen lo mismo. Seguro que Zuckerberg, desde la cárcel, me tiene más vigilada que un CEVyCC.
Todos en el grupo reían menos yo.
—Hermano, tranquilízate. Lo mejor es no dar papaya. Evita los CEVyCC hasta que puedas ir al Ministerio a arreglar tu FOP.
—Tan fácil... ¿A qué horas voy a ir al Ministerio?
—No te va a pasar nada. Lo peor es la multa al sueldo y ya.
Los abucheos y chiflidos no demoraron pero yo ya no tenía oído para ellos.
***
De camino a casa me repetía que no era para tanto, que apenas pudiera iría al Ministerio y todo quedaría arreglado. Igual, cada vez que veía los bombillos rojos y los enormes altoparlantes de un CEVyCC, sentía que el pulso se me aceleraba y el corazón se vomitaba en mi estómago.
Cualquier otro día diría que los CEVyCC parecían más payasos que otra cosa. Payasos tristes. Ya tenían la pintura verde desvanecida y, en la mayoría, las placas doradas estaban carcomidas por el óxido. Vi uno cuya placa que estaba tan desgastada que apenas se alcanzaba a leer: C ntro d Vi la cia y tr l Ciu dano. ¡Que gastadera de bitcoin público! Vi uno de los bombillos rojos titilar y me acordé de mi Incompleto. Apreté el paso y me concentré en llegar a mi casa más rápido.
***
En los siguientes tres meses pasó de todo. De todo, excepto lo que tenía que pasar. Ningún amigo fue capaz de darme una respuesta concreta, no fui al Ministerio, y no dejaba de pensar en el FOP y las multas.
Llegué a soñar que un CEVyCC empezaba a chillar mi nombre. Corría para alejarme ruido, cada vez más profundo y aterrador, pero aparecían más y más torres persiguiéndome. Me dieron caza hasta arrinconarme. Los altoparlantes beige botaban fuego y gritaban mi nombre. Sin aviso, una de las torres verdes se tambaleó y cayó sobre mí. Desperté con el grito en la garganta.
Un par de semanas después, de camino a la oficina, la sirena de un CEVyCC en la Caracas empezó a chillar. Toda la sangre del cuerpo se me bajó a los pies en medio segundo. El CEVyCC chillaba: ¡Jaime Alfonso Páez! ¡Jaime Alfonso Páez! Pero no era mi nombre. Al voltearme, vi al pobre Jaime correr hasta la torre policial y poner su mano sobre el escáner para apagarlo. El escáner habrá estado sucio, vandalizado, o dañado, el caso es que los altoparlantes del CEVyCC no se callaban. Estuve unos cinco minutos mirando a Jaime, cada vez más desesperado, articular la mano sobre el escáner en un sinfín de posiciones tántricas para poder recibir su multa. Unos se reían, otros sacaron su celular para grabar la penosa escena. Recuperé la compostura y seguí mi camino. Igual, a mí tampoco nadie me ayudaría.
***
Los meses continuaron y salir a la calle se convirtió en misión imposible. Era el primero en llegar a la oficina y el último en salir, lo cual hubiera sido digno de felicitación si no fuera por mi apariencia. Me dejé crecer la barba (con la esperanza de dificultar la identificación por parte de los CEVyCC) y unas ojeras enormes lastraban mis ojos.
Al comienzo mis compañeros me preguntaban si estaba bien, pero la falta de sueño y la angustia me habían convertido en una fiera. A todos les decía lo mismo: No sea sapo y no moleste. Mis comentarios y mi actitud, en una oficina en la cual todos habíamos sido seleccionados por los resultados que obtuvimos en nuestros Formularios, no caían muy bien. Sofía, que llamaba de vez en cuando, también se aburrió con mis respuestas y dejó de buscarme.
Me aprendí de memoria las mejores rutas —las calles estrechas y poco transitadas— por la cuales sabía que no me iba a encontrar con un CEVyCC. Me sentía más cómodo caminando entre indigentes, prostitutas y hombres con cara de pocos amigos que cerca de una de esas torres verdes. Ellos y yo teníamos eso en común. Llegué a pensar que era uno de ellos y por eso me sorprendió tanto encontrarme frente a frente con un gigante mal encarado que llevaba un puñal en la mano. Me golpeó, me rajó la cara y me robó la billetera, el celular y mis gafas AR. No hice nada, solo lo vi salir corriendo de ahí. Seguro que él también se sabía las mejores rutas.
Cojeé hasta mi casa. Entré, cerré y me apoyé en la puerta a lloriquear como un niño de dos años. No podía ir al hospital, no podía llamar a la policía, no podía hacer nada, ¡todo por culpa del FOP de mierda! Lo único que se me ocurrió hacer fue darle una patada a la puerta.
Con el golpe un sobre salió del recibidor digital de correo de la puerta. Me limpié los ojos y recogí el sobre. Era blanco, tamaño carta, con mi nombre y dirección escritos a máquina, y fechado de hace un mes. Pero fue el sello del Ministerio de Relaciones Interiores el que me dio una cachetada. Se acabó. No solo me habían cogido sino que además lo habían hecho de mis pelotas y podía sentir como apretaban con gusto.
Lo pensé antes de abrirlo. Sentía que tenía entre las manos una boleta de captura o una bomba. Lo mejor sería que me explotara en la cara. Adentro descubrí que no había una carta sino una postal. Miré una y otra vez lo que decía la maldita postal, que parecía coloreada por un niño daltónico y diseñada por un ciego: ¡FELICITACIONES! Las letras rojas titilaban frente a mí. No hubiera podido imaginar nada peor.
***
Jose Manuel Lleras is an essayist, short-story writer and script writer. He trained in England, although his heart has always been elsewhere.
Alphonse Bertillon developed the first modern system of criminal identification, including standardized photographs of the face. For more info visit the Met’s online collection.